Asedro by Eduardo Gallego & Guillem Sánchez

Asedro by Eduardo Gallego & Guillem Sánchez

autor:Eduardo Gallego & Guillem Sánchez [Gallego, Eduardo & Sánchez, Guillem]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


El lugar donde la muralla estaba desmoronada les había parecido caótico cuando pasaron por primera vez. Ahora, a sabiendas de que quizá ocultara la clave de Asedro, se les antojaba ominoso, como si hubiera adquirido un tinte amenazador.

Tras consultar detenidamente los planos, y situarse ante el boquete que los llevaría por el camino más corto, encendieron unos potentes focos integrados en las escafandras. Las tinieblas se esfumaron, revelando un corredor descendente, salpicado de cascotes y escombros. Entraron.

Había signos de violencia por doquier. Cada vez más alarmados, descubrieron que las paredes presentaban numerosos agujeros y grietas. El material en torno a los bordes estaba fundido, deformado y, en muchos casos, rodeado de manchas de hollín.

—Hubo una hermosa batalla aquí —murmuró Beni; nadie se molestó en replicar a semejante obviedad—. Se trata de armas energéticas —pasó una mano por la pared y la examinó con ojo crítico—. La piedra se derritió y vitrificó. Nuestros fusiles de plasma son incapaces de generar haces tan estrechos.

—Esto concuerda con la gran cicatriz del casco de Asedro, y aquella compuerta tan fea por donde penetramos —dijo Uhuru—. Alguien decidió tomarlo al asalto, y no reparó en medios. Y no me lo preguntes, sigo sin tener idea del motivo.

—Si hubieran tenido la deferencia de obsequiarnos con algo aprovechable… La ciudad estaba vacía, y me temo que en todo Asedro no queda ni dios.

Extremaron las precauciones. Beni no esperaba encontrar a nadie vivo, ya que tenía la impresión de que toda esa violencia había sucedido mucho tiempo atrás. Sin embargo, en sus años de comando logró adquirir un temor paranoico hacia las minas y las bombas trampa. Si sus compañeros consideraron chocante su manía de sortear todos los obstáculos y no tocar un solo cascote, no lo manifestaron.

A pesar de todo, lograron orientarse por el laberinto de pasadizos y desembocaron en una rotonda de unos veinte metros de diámetro y cuatro de altura. De ella partían radialmente cinco galerías que tiempo ha debieron de ser idénticas, pero que los impactos de armas desconocidas habían decorado de forma diversa.

Mientras los demás intentaban averiguar en los planos el camino a seguir, Beni se dedicó a pasear por la estancia, examinando precavido detalles aquí y allá, como si se tratara de una expedición botánica en un ecosistema extraño. Estaba contemplando unas planchas espectacularmente retorcidas por alguna poderosa explosión, cuando el suelo cedió bajo sus botas y se hundió.

Aterrizó unos metros más abajo sobre algo blando. Los gritos de Uhuru y Jan que resonaban en su cerebro no contribuían a sacarlo del aturdimiento provocado por el golpe.

—Estoy bien; una caída tonta la tiene cualquiera —los tranquilizó, en cuanto pudo centrarse un poco—. El suelo no era demasiado firme, y he ido a parar al piso inferior —miró hacia arriba y localizó a sus compañeros, que le hacían señas; respondió alzando el brazo.

—¿El traje y la escafandra están intactos? ¿No te has roto nada?

Beni sonrió. Uhuru sonaba realmente preocupada.

—Tranquila; suelo darme estos batacazos todos los días, para proporcionar una pizca de emoción a mi triste vida de soldado.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.